Este año el Premio Anaya nos lleva al otro lado del mundo, ¿cómo nos haces viajar tan lejos? ¿Por qué esta historia?
Todo libro nos propone un viaje en el tiempo o en el espacio, aunque no sea más que a la calle en la que vivimos o un cuarto de hora antes de cuando leemos. La gran ventaja de los viajes literarios es que son gratis e instantáneos. Recuerdo la impresión que sentía cuando, de niño, abría un libro y me encontraba en la Siberia de Miguel Strogoff o en la Malasia de Salgari. Como además en aquellos tiempos era obligatorio tener un atlas, mientras leía yo seguía la ruta del cartero del zar o de los piratas, pongamos por caso. En este caso, a mí me ha apetecido viajar a las antípodas, aunque en el libro no se diga ni dónde ni cuándo está situada esta historia. Digamos que es un territorio que yo no había explorado nunca desde el punto de vista literario, y desde el primer momento me fascinaron sus paisajes y su cultura. Yo concibo cada libro como un reto: ¿Seré yo capaz de sobrevivir (literariamente) en este desierto?
Cuéntanos, ¿quién fue la primera persona que leyó el libro?
Suele ser mi pareja, una asidua y gran lectora. Te diré que las dos personas que siguen suelen ser otras dos mujeres, también buenas lectoras. Tengo muy en cuenta sus opiniones a la hora de revisar y dar la historia por cerrada.
Cuándo escribes, ¿mantienes en secreto la historia o sí comentas con los más cercanos el argumento y permites ideas? ¿Sabían que te ibas a presentar al Premio?
Mientras escribo no comento nada sobre lo que hago, quizá sea por inseguridad, y no doy nunca a leer fragmentos. Muestro el libro cuando está totalmente acabado, aunque abierto a últimas correcciones o sugerencias. El primero que tiene que estar seguro de que una historia puede funcionar soy yo. Hasta que no estoy casi convencido de ello, nadie sabe nada. Y mientras escribía, no se me pasó por la cabeza presentarme al Premio, ni a este ni a otro en concreto. Coincidió el final de la novela con el plazo de presentación y me dije «vamos allá, a ver qué pasa».
¿Cómo ha sido el proceso de «empaparse» de otra cultura tan lejana y tan diferente e intentar trasladar todo eso a un libro infantil?
Ah, eso siempre ha sido un placer derivado de mi curiosidad como lector. Lo exótico, lo lejano, casi siempre me resulta asombroso. La supervivencia de nuestra civilización y de otras culturas ha dependido siempre de la capacidad de resolver dificultades relacionadas con la subsistencia, pero también de la transmisión de memes culturales, que acaban tejiendo una mitología que vincula los fantástico con lo real, y que es transmitida y enriquecida de generación en generación.
¿Tenemos algo en común ambas culturas?
Yo creo que mucho, a pesar de las diferencias geográficas o tecnológicas. Todo pueblo se adapta al medio en el que vive, y trata de aprovechar los recursos cercanos. En todas las sociedades hay elementos de cohesión grupal, hay normas transmitidas, hay tradiciones, hay un sentido de trascendencia… Pero además, se crea una cultura con elementos genéricos: las leyendas, la pintura, la música, la narración oral... Lo que a mí me llamó la atención a la hora de escribir este libro fue enterarme de que estos pueblos no tienen mapas como los que nosotros dibujamos. Ellos «se cantan» los mapas, los memorizan utilizando la música y la poesía. A mí esta idea me pareció preciosa.
Varias reflexiones: viendo que hay aún pueblos donde los roles de cada miembro están muy determinados, de donde no puedes elegir un futuro diferente al que quizá te gustaría, que aún son nómadas… muchos pequeños podrían preguntarse, ¿por qué siguen existiendo este tipo de pueblos? ¿Aún no conocen que hay un mundo «más cómodo»?
Muchos pequeños y sobre todo mayores pueden preguntarse eso, sí, pero ¿por qué no van a existir? Hay una grave tentación de pensar que todo el mundo tiene que ser uniforme y como el nuestro, y quizá habría que replantearse el concepto de progreso, que también tiene sus peligros. Es cierto que nuestro mundo es «más cómodo», pero también pagamos un precio por ello. Y, sobre todo, lo es porque muchas generaciones antes de la nuestra han vivido «más incómodas». Somos deudores de quienes nos han precedido. Yo me lo he pasado muy bien viviendo durante algunos meses en una sociedad precapitalista, donde todo el mundo es consciente de sus obligaciones, donde no hay un poder establecido ni acumulación de riqueza y se vive en una plácida felicidad, no exenta de riesgos, desde luego.
Otra: leemos en el libro la importancia que se les da a los hombres en todo el funcionamiento de la aldea, dejando a las mujeres el papel de madres, cocineras… ese papel que en occidente hemos trabajado para eliese eliminar. Pero al mismo tiempo, sin ellas, refiriéndonos a la N’Wone, el pueblo no podría sobrevivir, es decir, al final es una mujer la que hace que un pueblo entero sobreviva.
¡Qué va, qué va! Me resisto a pensar en esos términos. Es cierto que hay una pequeña división de roles, pero un análisis del tipo que propones revela una jerarquía en el que vuelven a aflorar rasgos patriarcales que hemos mamado. ¿Por qué considerar que la caza sea más importante que la cerámica o el telar, por ejemplo? Y disiento con eso de que a los hombres se les dé más importancia en el libro. Además, te diría que mucho ojito con la pretendida superioridad moral de occidente. Se han conseguido muchas cosas, pero tres siglos después de que comenzara la Ilustración y a costa de mucha resistencia. Y hay bastante hecho, pero mucho más por hacer, y algunos logros pueden desbaratarse, como estamos viendo en algunos países que no quiero citar. En esta historia, la transmisión del conocimiento corre tanto a cargo de las mujeres como de los hombres, pero son ellas quienes sostienen los hilos culturales, mitológicos, de supervivencia a fin de cuentas. Son las mujeres las que cuentan historias y las que buscan el agua, y eso es real pero también un símbolo.
¿Qué destacarías de la novela?
Yo quería escribir un viaje hacia lo desconocido, fundiendo lo real con lo mitológico. Quería hablar del valor del aprendizaje y del esfuerzo. Del papel de abuelos y abuelas, de madres y padres. Resaltaría también los vínculos: de los dos hermanos protagonistas, de cada uno de ellos con sus antepasados reales y míticos, y con el poblado… También, la capacidad para dar nombres a las cosas que vemos, incorporándolas a nuestro mundo. Y el viaje a lo desconocido expandiendo el mapa, abriendo nuevas puertas a un futuro. No sé si lo he conseguido.