Cuando hemos abierto el libro de Nieves Rodríguez Rodríguez, Lo que vuelve a casa (y otros árboles), y hemos leído el prólogo, hemos sentido la necesidad de compartir con vosotros esta carta de creencia de la autora.
“Creo en la filosofía como lugar de reflexión y esperanza. Creo que el teatro puede hacer de la filosofía un hecho encarnado. Por eso creo que la pregunta se presenta como el único refugio posible ante las realidades del mundo: ¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué? Creo que el teatro es el lugar de la imaginación, de la palabra despojada, liberada de su lenguaje. Creo en la fantasía como lugar donde volver a reunirse. Creo en la infancia como un presente, no como un futuro, no como una promesa. Somos. Aquí estamos. Aquí estáis. Creo que la lectura detenida de un texto hace que este sea lo que es. Creo que quien escribe está por ahí, de paso; que los escritos generan comunión, es decir, comunidad. Creo que no hay temas tabúes, y que si los hay, tenemos la obligación de erradicarlos. Creo que hay que cuestionarlo todo; este texto, también. Creo que nada es lo que aparenta ser. Creo que escribir es liberarse, echarle un pulso al olvido, hablar bajito a otro que escucha atento. Creo que el teatro sois tú y tú y tú. Creo que la literatura está en todas las cosas de la vida. Creo en la palabra como un ser vivo, que en ella habita un bosque oculto. Creo que, en ese bosque, un rayito de luz puede ser más interesante que la palabra. Creo que la voz, lo dicho en voz alta, lo gritado si es necesario, es un derecho que hay que proteger. Creo que todos somos iguales. Creo que la diferencia es una oportunidad. Creo que un abrazo es más elocuente que un beso, aunque los besos no están mal. Creo que todo lo que soñamos es verdad, al menos mientras lo soñamos. Creo que si algo se puede imaginar es porque ese algo es posible, está ahí, ¿no lo ves? Creo que el teatro es algo que no sé qué es en realidad. Creo que lo intuyo, pero se me escapa. ¿Alguien lo sabe? Creo que creer es la base para crear. Creo en la creación como un gesto de amor. Creo en el teatro como un árbol que hay que regar y cuidar. Creo que la literatura y la filosofía nos pueden liberar de todo, de todo, de todo: los miedos, la tristeza, la soledad… Creo que esta carta no la puedo terminar sola. ¿En qué crees tú?”
El libro
Dos países: Nigeria y España. Dos niñas: Alika y Vega. Dos aulas y dos redacciones: Las cosechas del maíz y Las líneas imaginarias. La huida de un secuestro y de un incendio. El encuentro dentro de un árbol. La vuelta a casa: una liberación y una amistad. Así, como un paralelismo simbólico, se puede leer Lo que vuelve a casa (y otros árboles). O así:
«El 14 de abril de 2014 el grupo terrorista Boko Haram (que podría traducirse como “la educación occidental es pecado”) secuestraba en un colegio de niñas de Chibok (al nordeste de Nigeria) a 276 estudiantes. 57 lograron escapar a las pocas horas del rapto, durante su traslado al bosque de Sambisa, saltando de los camiones y escondiéndose por los caminos. En octubre de 2016 se logró la liberación de 21 jóvenes secuestradas. En la actualidad, 196 siguen cautivas».
Esta es una noticia de periódico en la que las cuentas no salen porque faltan dos niñas: 276 – 57 = 219. 219 – 21 = 198. Faltan dos niñas. ¿Dónde están? Seguí buscando información y no la encontré. Por eso las imaginé aquí, en esta obra de teatro, en un lugar remoto de una línea imaginaria que no separa los lugares del mundo. Porque, aunque no salga en los periódicos, una cosa es segura: el mundo no es como nos dicen que es.